26 jun 2009

Noche Blanca

Cuentan de Rafael “El Guerra” o “Guerrita”, como se le conocía en el Club que llevaba su nombre, donde se reunían al amparo de la calle Gondomar sus amigos, que aquello que hablaba, se quedaba instituido como frases con las que sentenciaba. De hecho, algunas de las más conocidas por el argot popular son:
Hay gente pa tó”, “Lo que no pué sé, no pué sé y ademá é imposible” o la repetidísima “Ca uno es ca uno”… y es que un personaje con una trayectoria como la suya, no dejaba indiferente a nadie, pues además de “mataor” de tronío, supo encarnar la quintaesencia del arte de las banderillas y de la sabiduría popular…Quizás por eso se retiró, al no poder soportar las criticas de aquellos que antaño le aplaudían.

Considerado uno de los grandes Califas del toreo junto a Lagartijo, Machaquito y Manolete, imagino su poderío por las callejuelas de esa mágica ciudad que le vio nacer y revivo su estampa, para plasmar esas palabras, vivas aún, cuando se tiene la fortuna, como he tenido, de pisar las que fueron sus calles: ¡Viva Córdoba la llana, crisol de la morería, donde Séneca “ha nasio”, y reinaron los califas, con un puente que es romano y en el rio una mezquita, que es maravilla del mundo por flamenca y por bonita!

Y como en el Arte “del toro”, son muchas las embestidas que nos encontramos en la vida, pero uno se viste de luces, se encomienda a lo “má sagraó” y se arrastra allí donde el corazón te lleva, en muchas ocasiones, fruto de un sentimentalismo que nos castiga, pero otras, para embaucarnos de madrugadas mágicas, como la que aconteció en la noche llamada “Blanca del Flamenco”.

Y allí volví, a esa ciudad que tiempo atrás me arrulló de azahar, de estrellas y tersura, entre olorosos y amontillados; para ahora, beberme sus calles, para desperezarme con el solsticio de la noche mágica, de esa califal soñada, para embriagarme con los toques de guitarra, que cantaron a la pena mora, con ese cante jondo de El Lebrijano, en Las Tendillas, con zambras, entre repique de palmas, soleares y seguiriyas. Y entonces, como un perfume hechicero, de romero y tomillo la ciudad me acunaba, llena de bulerías y cantiñas…

Jardines de La Victoria…”no hace falta que te diga”…¡cuánta luz puede eclipsarnos! al son de Rosario Flores, entre ese contoneo que esboza todo su cuerpo de simetría quebrada, entre la rúbrica de un taconeo…solo pensaba cuánta felicidad podría guardar…como si entre los dedos pudiera albergar ese chasquido de pitos, palmas, los susurros de las notas, resonancias de bullicio…

La Plaza de la Corredera, donde como dicen los gitanos “no cabía naide”… nos recibía un “califa del cante”, José Mercé…pá llenarnos el alma con esos quiebros de voz, esa pose, ese arte…y entonces el silencio, para sacar lo que llevamos dentro, como si en ello nos fuera la vida: “al alba”…”al alba”… Rumbas, seguiriyas, tientos, soleá…, canto de fandangos…rompiendo arrojos por tarantas, alegrías, tango nervioso, el murmuro de un requiebro en la noche avanzada, peteneras y esa eterna bulería: “Aire”…”Aire”…

Como alfileritos clavados, uno a uno, nota a nota, llevaba prendido cada quiebro, cada olé-olé…como impulsos que te hacen moverte en zapateaó inquieto…punta tacón, punta tacón…por los poros de mi piel corría esa pegajosa satisfacción del entusiasmo, de ser parte y participe de un momento mágico… porque cuando puedo aferrarme al poder de las imágenes, que conforman lo más bello del Mundo, no quiero guardarme el brío de dedicaros ese impulso, para que quizás, solo en un minuto, pueda alegraros con esa bulería: “(…)que tenga la puerta abierta la alegría de mi casa (…)”.


11 jun 2009

A tiras


Que me duele!

Y desearía ser tragada, en ocasiones,
por esa tierra que me ampara...
Y necesitaría que este cielo me aplastara...

Que me duele el abrigo que me arropa...
De palabras que mintieron
De tantos dolores que cubrieron...

Que me duele!

Y no encuentro la nube que me suba
allí donde quiero ir...

Que me duele!

Y quisiera arrancarme a tiras esto que me abrasa,
que me rompe,que me mata...

Y lo miro...

Miro el cielo,la belleza, todo cuánto en él está..
Lo miro, y lo comtemplo sabiendo que me ven...

Siento mi espalda, ingrávida en la tierra...
Miro la pureza ante mi, y no me calma...

Qué me aplaste! que me duela más aún!

En ocasiones...olvido...
...si las imagenes tienen poder...

2 jun 2009

El Puerto




Detengo mis pasos y dedico escasos minutos a contemplar esos carteles.

Es curioso que algo tan simple como unas frases, protegidas al otro lado de un cristal, puedan embaucarme de esa manera.

Hay días, en los que la única motivación que me incita a recorrer algunas calles es, dejarme arrastrar a la deriva, y así llegar a El Puerto. Mis pasos se encaminan con decisión, y al llegar, encuentro siempre la satisfacción de hallar las palabras que quizás ese día necesitaba.



Son momentos que me proporcionan cierta estabilidad, se trata únicamente de crear hábitos, que me llenan la cotidianidad con ciertas ilusiones.

Y entonces valoro la misión de ese “farero”, el que custodia esa esquina, olvidada seguramente por muchos y tan anhelada por mi, desde hace años.


Tengo el recuerdo, desde que soy consciente de atesorarlos, de pararme ante ese cristal e imaginarme como sería aquél que dedica su tiempo a buscar frases, cómo será aquel que las cambia cada semana, ¿dónde las guardará?, ¿cómo las elegirá?, ¿quiénes las leerán?


Observo el reflejo de la gente que cruza, con prisa, mirando al suelo, hablando al vacío; mi imagen reflejada, y la vida pasando, ante esas instrucciones que “el farero” nos regala, para tener una justificación que nos haga respirar, parar nuestro rápido caminar y saborear “un minuto” como si ante un mismísimo faro vigía nos encontráramos.


El farero se esconde. Nunca lo he podido ver colocando sus dedicatorias. El farero tendrá muchísimas letras atesoradas, quizás en algún rincón de este puerto, añejo, alumbrado siempre, por los rayos del Sol al medio día. Y estas letras me llenan porque creo en el poder de las palabras… Otros caminan, hablan, pasan y nada ven.

A unos metros, en tierra firme, en esa tierra que nos deja posarnos, pasear, observé como se pueden hacer invisibles, no solo a las palabras…


La silueta recortada, vista a contraluz, andaba con dificultad, andaba con resignación, con pesar, y ahogando el último aliento de unas fuerzas malgastadas. Alguien con evidentes signos de debilidad, soportando el peso de unas bolsas que le hacían titubear en cada paso, asiendo una muleta, caminaba en dirección contraria a El Puerto.


Y aquellos que pasaron ante mí, y no me vieron; los que caminaban con paso decidido sin dedicarse un minuto de contemplación, tampoco lograban verla….


Me alejé de El Puerto, y mis pasos me arrastraron…


Unos metros, solo unos pasos son los que en ocasiones nos separan de nuestro destino, pero con ese cambio de rumbo, conseguimos dar luz, muchas veces más de la que podemos imaginar, más incluso que un faro enfocando el infinito horizonte de la mar.


Porque sirve la mirada que nos dedica aquel que sabe que lo hemos visto, la mirada de agradecimiento, al saberse visible; la palabra, su palabra llena de gratitud…un reconocimiento no merecido, porque desviar el camino, para poder recorrer una senda, que nos da la satisfacción de “ver el mundo” que nos rodea, es el mayor haz de luz que nos puede guiar en esta existencia y la mayor dicha que podemos obtener en nuestra vida, por muy varada que en ocasiones se nos antoje.